jueves, 12 de febrero de 2015

En busca de la concentración perdida

“No tengo tiempo… ¡para nada!” - “¡No puedo concentrarme!” - “No puedo estudiar… ¡me distraigo!”
¿Has dicho alguna de estas frases? Si tu respuesta es “sí”, probablemente te interese este post.

Primer paso: “Tengo tiempo… ¡para todo!”

Actualmente vivimos con una sensación continua de no tener tiempo para nada y es que sentimos que nuestras obligaciones y exigencias son cada vez mayores. “Tenemos” que trabajar para poder comprar todas las cosas que nos hacen falta (o creemos que nos hacen falta), hacer deporte o ir al gimnasio para mantener nuestro estado físico, comer saludable, dedicarle tiempo a la familia (sin descuidar a nuestros amigos), ser talentoso a los 30 años y a los 50 tener un cuerpo de 20! Y es que, pareciera que hoy estamos preocupados por lo que “debemos tener” mañana y mañana estaremos preocupados por tener el cuerpo que tenemos hoy. Y en medio de todo esto, corremos sin parar para poder tener el trabajo perfecto, la casa perfecta, la familia perfecta y hasta la piel perfecta. Con esa frase del Dalai Lama sobre el hombre occidental, yo me pregunto: ¿Estaremos gestionando bien nuestro tiempo presente?

Este “primer paso” pretende hacernos reflexionar sobre la cantidad y la calidad del tiempo que le dedicamos al trabajo. Y es que sabemos que nuestro tiempo es limitado y como todo recurso escaso, nuestro tiempo vale! Vale pero no cuesta… porque el tiempo es una de esas cosas, que el dinero no puede comprar (como diría una publicidad muy conocida). Entonces, debemos aprender a invertirlo bien.

En el libro de Bronnie Ware (enfermera australiana), uno de los cinco arrepentimientos que tienen las personas que se están por morir es: “Ojalá no hubiera trabajado tanto”. Entonces el desafío al que nos enfrentamos es: dedicarle menos tiempo al trabajo pero logrando mejores resultados, es decir, trabajar eficientemente.

Segundo paso: “¡Me concentro!”

Para trabajar eficientemente y desempeñarnos bien en una tarea que requiere cierta dificultad, necesitamos concentración. Goleman, en su libro Focus, define a la concentración como la capacidad neuronal de seleccionar un objetivo, ignorando un mar de estímulos en los que era posible enfocarse.

Para concentrarnos en una tarea debemos desarrollar dos habilidades o competencias básicas:
  • Metaconciencia: es la atención dirigida a la atención misma, es decir, sería darnos cuenta (mientras trabajamos) que nuestra mente está divagando, y que no estamos prestando atención a lo que deberíamos. Según Goleman, la metaconciencia es la habilidad de notar que no estamos notando lo que deberíamos y, corregir el enfoque.
  • Fuerza de voluntad: es lo que se necesita para desenfocarnos voluntariamente de un objeto de deseo, resistir las distracciones y mantenernos enfocados en un objetivo.
Tercer paso: “No me distraigo… ¡me desconecto!”

Como nuestro desempeño al realizar una tarea depende de nuestra capacidad de atención, tenemos que tratar de distraernos menos y atender más, es decir, desarrollar nuestra atención selectiva.

Mientras trabajamos concentrados, van apareciendo factores que nos distraen, que nos llevan a desenfocarnos de nuestro objetivo. Estas distracciones pueden ser:
  • Sensoriales: son aquellos estímulos que perturban nuestros sentidos, como pueden ser: los ruidos en el ambiente, el olorcito a comida, una persona que habla, etc. La típica culpa se la echamos a la mosca que vuela mientras intentamos estudiar.
  • Emocionales: son las relacionadas a nuestro caos emocional.
Mientras que a las distracciones sensoriales les podemos poner un fin más rápida y fácilmente (apago la radio o mato la mosca), a las emocionales tenemos que aprender a “combatirlas”. Y es que, lo más difícil de apagar no son los sonidos externos, sino los ruidos de nuestra propia cabeza.

Para no caer en distracciones emocionales, necesitamos conocer y controlar nuestras emociones. No puedo cambiar lo que siento pero sí puedo aprender a enfrentarlo mejor.

En palabras de Vikton Frankl, (psicólogo que sobrevivió en campos de concentración nazis):

“Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor,
siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento”

Si tenemos un problema que nos genera tristeza o enojo, probablemente nos obsesionemos por encontrarle la solución rápidamente, pero mientras más nos centramos en el problema, más difícil es encontrar la solución. Esto es así porque la atención completamente enfocada produce fatiga mental y hace que aumenten las distracciones y disminuya nuestra eficiencia. Entonces, cada vez nos cuesta más concentrarnos y esto afecta negativamente nuestro rendimiento laboral.

Para poder volver a concentrarnos, para dejar a un lado las preocupaciones diarias y principalmente para acallar nuestra voz interior es esencial: desconectarnos.

Desconectarse sería el equivalente a distraernos pero conscientemente. Elegir el momento en que deseamos que la mente divague y no que la mente “vuele” cuando quiera, sin darnos cuenta.  

Desconectarse se refiere a descansar, visitar a un amigo, reírse de nuestros errores, subir una montaña, estar en contacto con la naturaleza, etc. Desconectarse regularmente es necesario porque restablece la capacidad de atención.

Entonces, resumiendo… La clave sería desarrollar la capacidad para concentrarnos en un objetivo, haciendo frente a las distracciones y dejando momentos para las desconexiones, trabajando más eficientemente para poder así, invertir mejor nuestro tiempo.

¿Y tú, sientes que inviertes bien el tiempo?

Para entender qué es la atención selectiva, lea el siguiente post: Dos interpretaciones de la atención.

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